lunes, 6 de junio de 2011

Testimonio: El Nacimiento de Simona

EL NACIMIENTO DE SIMONA

(Testimonio escrito el 28/04/09)

            Juan y yo tenemos una hermosa relación de pareja basada en el amor, el respeto y la confianza, desde hace más de trece años. Hace un par, decidimos convivir y ese hecho nos llevó a plantearnos en serio el tema de los hijos. Lo charlamos mucho, como cada decisión que tomamos juntos y, finalmente, sentimos que era el momento de ampliar nuestro amor hacia otra personita, nuestro hijo o hija.
            Como veníamos pensando en la posibilidad, yo había dejado las pastillas anticonceptivas hacía unos meses pero seguíamos cuidándonos hasta estar completamente seguros de que era “el momento” (aunque todos sabemos que ese momento ideal nunca llega porque siempre hay miedos y dudas lógicos). La cuestión es que un día Juan me conminó: “empecemos a buscar hoy”. Yo sabía que estaba cursando los días de ovulación pero también sabía lo difícil que es quedar embarazada, sobre todo al primer intento, sin embargo, en esos días, con mucho amor y pasión, concebimos a nuestra hija Simona. Según la Dra. Cristina, ella estaba esperando venir.
            Quince días antes de saber que seríamos padres, Juan tuvo una charla con un compañero de trabajo llamado Rodolfo quien le relató cómo había sido el nacimiento de su hijita, en su casa, en una pileta, en el agua!!! Juan quedó sorprendido y maravillado al escuchar una vivencia tan extraordinaria como traer un bebé “al mundo” en un clima íntimo, pacífico, en un entorno de amor, no medicalizado, sin apuros médicos, sin violencias innecesarias ni para el bebé ni para la mamá; con la asistencia de una obstetra y una enfermera extraordinariamente humanas y con el protagonismo de una mamá corajuda y un papá que apoyó todo el proceso. Sin embargo, más allá de sentirse atraído por la idea de un parto respetado y humanizado, Juan dijo: “Qué bueno, pero yo ni en pedo hago algo así”.
            Cuando llegó a casa y me contó todo, yo quedé profundamente conmovida y sentí una inmediata necesidad de saber más acerca de esa “locura” de tener a los hijos en la casa. En realidad, mucho tiempo antes de siquiera pensar en la posibilidad de tener hijos, me llamaba muchísimo la atención que la mayoría de los nacimientos de los que me enteraba eran cesáreas. Dios mío, pensaba yo!!! ¿Qué pasa? ¿Las mujeres perdieron la capacidad de parir por sus propios medios? ¿Qué pasó en poco más de treinta años que hizo que lo que antes eran partos vaginales se convirtieran en puras operaciones cesáreas? (Después me enteraría que aquellas mujeres de hace treinta años, aunque tenían partos vaginales, no se salvaban de un montón de otros procedimientos violentos de rutina como la temible episiotomía). Yo creía, en mi ignorancia, que en una realidad en la cual la mayoría de los partos en instituciones médicas son por cesárea, el hecho de tener un parto vaginal ya sería todo un logro. Lamentablemente, muchas veces, esto no es así porque los partos vaginales también son traumáticos debido al trato poco respetuoso que se les da a la mamá y a su bebé. Todo esto lo sé hoy, luego de un largo y profundo camino de formación, lecturas, re-lecturas, información y, sobre todo, después de escuchar y leer los testimonios de muchas mamás.
Pasé tardes enteras leyendo en la red historias de partos muy traumáticos, de recuerdos demasiado tristes para tratarse de un hecho que debería ser, por lo menos, alegre, como es un parto y también algunos de partos extraordinariamente maravillosos como por ejemplo los partos vaginales, humanizados, después de una o dos cesáreas.   
            Un dato que me resultó y me resulta más que significativo es el nombre que se dan los grupos de seres humanos que se unen en diferentes países del mundo para lograr cambios en el negocio de los nacimientos. Algunos de ellos son: “EL PARTO ES NUESTRO”, “QUEREMOS PARIR”, “QUE NO OS SEPAREN”, “PARTO RESPETADO”, con los cuales se expresa toda una determinación y una reivindicación del lugar de la mujer, de sus derechos y los de sus hijos en un momento tan crítico de la vida como es un nacimiento. La idea que se propone, se defiende, se fundamenta y se trata de implementar, es que no caben dudas de que deben ser la mamá y el hijo por nacer; los absolutos protagonistas del hecho de parir. No son los médicos los que “traen” los bebés al mundo, no son ellos quienes “hacen el parto”, son la mujer y su hijo quienes se PAREN juntos.
            Apenas Juan me contó la experiencia del parto en casa, comencé a investigar en Internet y no salía de mi asombro al leer cada página acerca del parto respetado, parto humanizado, parto en casa, parto en el agua. No podía asimilar tanta información y no podía creer algunas de las cuestiones que se “denunciaban” en estas páginas con respecto a las prácticas violentas e irrespetuosas que se llevan a cabo en la mayoría de las instituciones médicas del mundo a la hora de “traer” bebés al mundo y que son naturalizadas y asumidas como “correctas”.
            Cuando quince días después de comenzar a buscar, nos enteramos de que seríamos padres, Roxana y Rodolfo nos visitaron y en un acto de gran generosidad, (puesto que Juan y yo éramos unos desconocidos) Roxana nos relató la experiencia de su parto respetado con lágrimas de profunda emoción, al recordar un hecho de tamaña trascendencia en su vida, la de su hija y la de su pareja. Al escucharla y vivir con ella su emoción, no tuve ninguna duda: yo quería para mí, para mi hija y para mi amor, una experiencia tan maravillosa como aquella.
            Gracias, entonces, a Rodolfo y a Roxana, nos pusimos en contacto con la extraordinaria Doctora Cristina para asistir a su taller de Parto Respetado que, “oh! causalidad”, justo estaba por comenzar. Recuerdo que ya en la primera charla telefónica con Cristina, me di cuenta de que esto era algo muy diferente a lo que podría imaginar. No puedo olvidarme del extenso tiempo que me dispensó, aún sin conocerme. Recuerdo la pasión, el compromiso y las convicciones que me transmitió respecto a su práctica, recuerdo que me pidió que no la llamara Doctora sino simplemente Cristina (no era un simple detalle, después lo confirmaría, sino toda una toma de posición respecto a su rol como mujer, como ser humano, que trabaja con otros seres humanos y que no pretende tener ningún “estatuto superior” por el hecho de haber estudiado medicina). Recuerdo, porque esas palabras cobrarían su verdadero significado luego de un par de talleres, que me dijo: “este es un camino sin vuelta atrás”.
            Los encuentros, que fueron muchos y se extendían por varias horas, eran muy amenos, se desarrollaban en un clima realmente amigable, tranquilo y de mucho respeto. Cada taller era un ámbito de educación y de formación para las parejas que asistíamos y que charlábamos, sin poder salir del asombro, acerca de cuestiones como por ejemplo:
  • el excesivo número de cesáreas que se realizan cuando la OMS establece que debería ser un procedimiento que se aplique en última instancia, cito: “No existe justificación en ninguna región geográfica para que más de un 10 al 15% de los partos sean por cesárea (el porcentaje actual de cesáreas en Estados Unidos se calcula aproximadamente en un 23%)”. Expertos aseguran que en países del tercer mundo el porcentaje es muy superior. Es por esto que este año la consigna de la Semana Mundial del Parto Respetado es: “Por la urgente disminución de las cesáreas innecesarias”;
  • la posibilidad real de realizar cesáreas “humanizadas” en las cuales tanto mamá como bebé son tratados con profundo respeto, en las cuales se promueve el contacto inmediato y fundamental madre-hijo y se promueve la lactancia materna, entre otros beneficios;
  • los procedimientos innecesarios e injustificados a los que es sometida la futura mamá;
  • los procedimientos violentos e invasivos, probadamente injustificados, a los que son sometidos los indefensos recién nacidos;
  • la forma en que las mujeres, “gracias” a la medicalización e institucionalización del parto, fuimos perdiendo el PODER para parir;
  • el triste y secundario papel al que se relega al padre del bebé por nacer quien, en el “mejor” de los casos es un simple espectador “pasivo” del nacimiento de su hijo;
  • la forma en que infinidad de mujeres alrededor del mundo, de países desarrollados y del tercer mundo, (cada vez más), están re – asumiendo su rol protagónico respecto al hecho de parir y forman grupos, junto a sus parejas, que se ocupan de denunciar las “malas” prácticas que se dan en torno a los nacimientos y que, por sobre todas las cosas, luchan por reivindicar el lugar de la madre y del bebé a la hora de producirse un parto, puesto que no caben dudas de que cada mujer tiene grabada una impronta de la naturaleza  que le brinda la capacidad necesaria para parir en forma fisiológica, siempre y cuando estén dadas las condiciones de tranquilidad, paz, respeto de los tiempos naturales, elección de las posturas para parir, acompañamiento de personas del entorno más íntimo de la mujer y elección del ámbito para parir;
  • etc., etc., etc., etc., etc., etc…
Cristina tenía razón, el camino del conocimiento no tiene vuelta atrás, después de saber que
el nacimiento es un momento trascendental en la vida de todo ser humano y al tener la certeza de que como mujer, hasta diría; como cualquier mamífera; yo sabía que mi cuerpo, mi espíritu y mi bebé podíamos conjugarnos y ser los únicos protagonistas del hecho del nacimiento; Juan y yo decidimos hacer todo lo posible para que nuestra hija naciera en casa, en el agua, en un clima íntimo de paz, amor, respeto y felicidad, acompañados por la sabia Cristina y Mary, una enfermera muy cálida.
            Y bien, gracias a Dios, a la formación, la preparación y la seguridad que nos brindó Cristina, a la tranquilidad que nos transmitió Mary, a la entereza, compromiso, amor y apoyo de Juan, al acompañamiento y buenas energías de las contadas personas queridas que sabían, al doctor Roberto, que controló el embarazo, nos trató con respeto y calidez y nunca cuestionó nuestra decisión, a los ángeles y espíritus que nos acompañaron, a mi preparación física y mental y; sobre todo; gracias a Simona que hizo todo lo que le pedimos, el parto se desarrolló con toda normalidad, tal cual lo habíamos planificado.
Los hechos se dieron así…
El embarazo se desarrolló con absoluta normalidad y lo vivimos como un hecho maravilloso y nunca como una enfermedad. Ya hacía unos días que veníamos contándole a Simona que ya estaba todo listo para recibirla, que habíamos realizado un simulacro y cada detalle estaba previsto, que viniera cuando ella lo decidiera. El día viernes 27 de marzo me levanté sin ninguna señal de parto y me dediqué a mis actividades cotidianas, entre ellas, salir a caminar con mi hermana, (obviamente para acelerar el trabajo de parto, ya había comenzado a ponerme ansiosa). Por la tarde noté algo que supuse era la pérdida del tapón mucoso. El sábado 28 de marzo me desperté alrededor de las seis de la mañana y me di cuenta, con gran alegría, de que estaba teniendo pequeñas pérdidas de agua. Con Juan nos sentimos profundamente felices porque el gran momento se acercaba. Él decidió no ir a trabajar para estar presente desde el primer instante. Después de “hacer fiaca” un rato en la cama, nos levantamos, desayunamos y tomamos unos mates. Las pérdidas de líquido continuaban y a eso de las diez comencé a sentir pequeñas puntadas en el bajo vientre, estaba muy tranquila y emocionada.
Ya hacia el medio día, las contracciones se tornaron un poco más intensas lo cual nos daba mucha tranquilidad puesto que era un indicio del progreso del trabajo de parto. Si bien soy una persona bastante insegura y rondaron por mi mente todas las dudas y los miedos posibles durante los días previos (con los que torturé a varias personas, sobre todo al pobre Juan), en esos momentos tuve la seguridad plena de que todo transcurriría con normalidad, al fin y al cabo iba a parir como lo hacen todas las especies de la naturaleza: siguiendo mi propio instinto.
Almorzamos unos fideos con crema y luego intentamos acostarnos a dormir un rato, intentamos, digo bien, porque ni bien me recosté en la cama comprobé en carne propia por qué es una locura mandar a acostarse a una mujer en pleno trabajo de parto. No importaba la posición: de costado, boca arriba, como fuera, las contracciones se intensificaban increíblemente y dolían mucho en esa posición. Una vez incorporada, la sensación de las contracciones se tornó más llevadera. Sin lugar a dudas, de haber estado acostada en un centro médico, hubiera pedido a gritos la anestesia epidural. Gracias a Dios, estaba en mi propio hogar y nadie me podía mandar a acostarme, podía hacer lo que quisiera o, mejor dicho, podía hacer lo que me pidiera mi cuerpo. Entonces, a medida que transcurría la tarde, y siempre con el fundamental apoyo de Juan, caminé, me arrodillé, me senté a ver tele, comí, me duché una y otra vez, me paré, me sostuve de un mueble, me arrodillé otra vez y caminé muchas veces más. El hecho de estar en movimiento (ya lo sabíamos por toda la bibliografía que abordamos), es un alivio natural para el dolor. Un alivio, eso es, porque estoy agradecida a la vida por haber tenido la oportunidad de sentir en las fibras más íntimas de mi cuerpo y de mi espíritu, la infinidad de sensaciones que se experimentan al momento de parir.
Recuerdo que en uno de los sitios de Internet que visité cuando estaba investigando sobre el tema de los partos humanizados, leí una frase que me impactó: “la anestesia no permite sentir dolor pero tampoco permite sentir placer”. El dolor de las contracciones, que nunca podría definir como sufrimiento, fue un dolor esperado y absolutamente placentero (valga la paradoja), ya que era una manifestación de mi cuerpo de que todo estaba bien, de que la naturaleza actuaba para posibilitar el nacimiento de nuestra hija.
Durante el transcurrir de la tarde Juan se ocupó de cada detalle. Desde temprano, ubicó la pileta inflable en la habitación, preparó una luz tenue, dispuso la música que habíamos elegido para el momento y dejó todo listo para disponerse a atender mis necesidades. A lo largo del trabajo de parto me acercó agua, gaseosas, frutas, todo lo que yo necesitaba. Se sentaba a observarme o me daba un reconfortante masaje en los pies o me prestaba su cuerpo para que yo me colgara de su cuello esperando que pasara alguna contracción más intensa. Durante todo ese tiempo se mantenía en contacto con la Doctora Cristina y le describía mis actitudes, mis acciones y el ritmo de las contracciones. Yo, por supuesto, estaba ajena a esos contactos ya que comenzaba a transitar un estado de reconcentración en el cual sólo me dedicaba a respirar profundamente y a tratar (como bien describió Patricia, una compañera del taller que tuvo la dicha de parir a su hija en su casa, en el agua, después de dos cesáreas innecesarias) de explorar cada contracción, de sentirla, de disfrutarla. Sin embargo, por momentos me preocupaba la intensidad con que se estaban desarrollando las cosas. Hacia las seis de la tarde le pregunté a Juan cuándo llegaría Cristina y cuando me respondió “a eso de las nueve”, me pareció que las horas que faltaban serían infinitas. Yo sentía que mi cuerpo trabajaba rápidamente y que todo evolucionaba sin pausas. Traté de relajarme y seguí con los métodos naturales para mitigar el dolor.
Juan estaba muy seguro y tranquilo y me transmitía esos sentimientos, pero alrededor de las ocho y media, repentinamente, comencé a experimentar unas sensaciones nuevas. Recuerdo estar de pie y tener que ponerme instintivamente en cuatro patas, inesperadamente, mi cuerpo comenzaba a pujar. Digo mi cuerpo sí, porque yo, mi conciencia, no hacíamos nada para que esto sucediera. Fue algo impactante, maravilloso, estremecedor, todo mi útero contrayéndose, mi cuerpo empujando, la naturaleza accionando. Llamé a Juan casi con un grito y le pedí que empezara a llenar la pileta porque sentía ganas de pujar, él, en su sorpresa y pensando en la llegada de Cristina y Mary, me dijo: “no pujes”. Recuerdo qué absurdo me resultó ese pedido. No estaba dentro de mis posibilidades el no pujar, era un hecho inevitable que se producía con la fuerza de lo instintivo.
Un tanto menos tranquilo, comenzó a llenar la pileta que debía tener unos 37 grados de temperatura y al mismo tiempo se comunicaba con Cristina que también se sorprendió por la rápida evolución de los hechos pero le dio tranquilidad diciendo que estaban a veinte minutos de casa.
Apenas hubo algo de agua me sumergí y experimenté eso que había leído infinidad de veces en los testimonios: el efecto relajante y reconfortante del agua tibia. La intensidad de las contracciones y de los pujos disminuyó en forma notable y me relajé profundamente.
Cuando llegaron Cristina y Mary, dispusieron los elementos con los que trabajan y llegaron a mi lado con rapidez pero con calma. Sus presencias me dieron mucha fuerza y seguridad. Cristina se ubicó frente a mí y me pidió permiso para realizar un tacto, asentí y luego escuché, con mucha alegría: “la dilatación es completa, la cabecita de Simona está ahí”. Me volvió a preguntar, siempre con una voz muy suave y lentamente para no desconcentrarme, si Juan podía hacer un tacto también. Le dije que sí y entonces, no puedo imaginar con cuánta emoción, él acarició a su hija por primera vez.
Lo que vino después fue la etapa expulsiva que duró aproximadamente dos horas durante las cuales se respetó el proceso fisiológico del parto. Cristina observaba todo con la ayuda de una linternita “acuática” especialmente pensada para no perturbar ni a la mamá ni al bebé. Mary me sostuvo todo el tiempo para que yo pudiera “entregarme” y dejarme llevar por mis sensaciones. Juan estuvo pendiente de agregar agua a la pileta, de controlar que la temperatura fuera la adecuada, de alcanzarme gaseosa, de acariciarme y darme palabras de aliento. Sin ellos no hubiera sido posible que a las 23.23 horas del 28 de marzo de 2009, naciera Simona de la forma en la que lo habíamos soñado por tanto tiempo.
Yo permanecí con los ojos cerrados hasta el último momento cuando, después de experimentar la increíble sensación del paso del cuerpito de mi bebé a través del mío, Juan me dijo: “acá está mi amor, agarrála”. Él tuvo la dicha de ver y de sentir a su hija nacer. Cuando salió de mi cuerpo, la mantuvo unos segundos bajo el agua, observando sus ojitos abiertos, expectantes, y luego la acompañó con sus manos hasta las mías. Cuando abrí los ojos no lo pude creer, inmediatamente la tomé en mis brazos y la llevé hacia mi pecho, explotando en un llanto de absoluta dicha y felicidad. Al fin conocíamos la carita tan esperada, tocábamos ese cuerpito tan amado. Luego de un momento de reconocimiento de mamá, papá y bebé, salimos de la pileta y estuvimos mimándonos, mientras esperábamos que el cordón dejara de latir (estuvo latiendo durante quince minutos) para posibilitar que Simona fuera preparando su cuerpito para respirar “aire” por primera vez y además, para que la placenta le proveyera una importante cantidad de hierro extra.
Cuando no hubo más latidos, Juan cortó el cordón y momentos más tarde se produjo el alumbramiento. Luego, Cristina nos controló a Simona y a mí de un modo respetuoso y humano, (ahí confirmó que no tuve desgarros: ni un punto, ni una sutura. Mi periné estaba intacto); me bañé y todos nos dirigimos a la cocina a comer algo. Y así, entre charlas, risas, recuerdos, comida y mates, Mary y Juan se dedicaron a acomodar un poco la casa, Cristina escribió la historia clínica del parto y Simona y yo aprendimos juntas el arte amoroso de dar y tomar la teta. Cristina y Mary recién partieron cerca de las seis de la mañana, una vez que se aseguraron de que todo estaba bien.
Así fue como Juan y yo pudimos vivir el nacimiento de Simona, en casa, en el agua, en un clima de paz y de amor, sin faltas de respeto, sin la insufrible posición de “acostada”, sin órdenes, sin apuros, sin inducciones, sin drogas, sin episiotomías, sin pinchazos, sin monitoreos,  sin enemas ni rasurados, en definitiva, sin la excesiva medicalización que caracteriza a la mayoría de los nacimientos desde hace unos años, que es innecesaria y que interfiere con el desarrollo de partos fisiológicos, según lo fundamenta la OMS.
Así fue como le dimos la bienvenida a nuestra hija: con calidez, con palabras de aliento, sin violencias innecesarias, sin luces estridentes, en un clima tibio, sin manipulaciones brutas, sin pinchazos, sin cánulas invadiendo su naricita, su ano, su cuerpito tierno, tomando inmediato contacto con su mamá y no separándose de ella en ningún momento.
Gracias a Juan por el inmenso amor, por la paciencia, la fe, la seguridad, la presencia, el compromiso y la entrega. Gracias, porque sin su convicción nada de esto hubiera sido posible.
Gracias a Cristina por ser un ser humano tan íntegro y una profesional de la salud tan comprometida, responsable y ética, entregada a la cruzada de devolver el protagonismo de los partos a sus verdaderas protagonistas y de modificar el modo violento, rutinario y desamorado en que los bebés son tratados cuando nacen en instituciones de salud. Gracias por el trato amoroso, por las enseñanzas, por el acompañamiento, por la inmensa paciencia.
Gracias a Mary por su calidez, su entereza, por sus palabras tranquilizadoras, por su apoyo, su cariño y su presencia.
Gracias a nuestras familias por respetarnos, apoyarnos y acompañarnos.
Gracias a todos los confidentes de este acontecimiento y a aquellos que, aún no sabiendo, nos llenaron de palabras de aliento y buenas energías.
Gracias a Roxana por ser un modelo a seguir, por escucharme, apoyarme, aconsejarme y contenerme en los momentos clave.
Gracias a Daniela, mi “psico–nutricionista” (si se me permite la expresión), por ayudarme a transitar este proceso como un hecho saludable y natural.
Gracias a Delia y a Marilín, porque cada una de ellas me dio herramientas para estar más conectada con mi cuerpo, con mi espíritu y mis energías.
Gracias a Marta por haber profundizado la conexión de Juan con Simona durante toda la gestación.
Gracias, especialmente, a Simona. Gracias por existir y por habernos elegido como padres. Ahora recuerdo que una de las acepciones de su nombre es “la que sabe escuchar” o “la que escucha”. No me quedan dudas de que, como asegura Cristina, los bebés escuchan, sienten, son, desde el preciso instante de la concepción. Gracias por escucharnos bebé, por ubicarte cabeza abajo desde muy temprano, por no enredarte con el cordón, por poner los bracitos hacia atrás para facilitar el parto, por venir cuando te llamamos, por nacer cuando lo acordamos. Gracias, mi cielo, por hacernos papá y mamá.
Gracias a la vida por hacerme mujer y por haberme capacitado para parir como lo hace cualquier otro ser de la naturaleza, gracias por haberme dado la posibilidad de cruzarme con las personas indicadas en el momento justo para vivenciar una experiencia tan profundamente extraordinaria, única y maravillosa.
Luisina.